La plegaria
Michel Quoist
Oraciones comunitarias, oraciones en las que la presencia del prójimo se constituye en elemento integrador, decisivo. No hay palabra dicha a Dios que no sea antes una palabra recibida del prójimo y clamada también al prójimo.
(Una gran zona del tiempo de sufrir y del tiempo de alegrarse clama en cada oración)
Las varias dimensiones que integran la oración: la escucha, la contemplación, el encuentro con los otros hombres, el agradecimiento, la alabanza, la súplica, son religadas por Quoist en palabras sencillas, en instantes fraternales, en episodios cotidianos: la facticidad se en el hambre, la vivencia, el hospital, el bar, el delincuente, el fútbol nocturno, el entierro o la revista frívola. Cualquiera de esos momentos sirve para que la dimensión religiosa se proyecte, para que el hombre que busca el significado de su existencia asuma la pregunta de su libertad.
Y así es a veces la dimensión del compromiso la que se abre en súplica:
“Señor, ¿por qué me has dicho que amase a todos mis hermanos, los hombres?...
yo estaba tranquilo en mi casa, me había organizado…
mi interior estaba puesto a punto y me encontraba a gusto.
Solo, yo estaba completamente de acuerdo conmigo mismo.
Al abrigo del viento, de la lluvia, del barro…
¡Y ahora señor estoy perdido!
Apenas abrí los ojos vi a todos con la mano extendida, la mirada extendida, el alma extendida, pidiendo como los pobres a las puertas de las iglesias…
Han venido desde todos los rincones de mi ciudad, de la nación, del mundo: innumerables, inagotables.
Ah, Señor ya lo he perdido todo, ya ni me pertenezco.
En mi alma ya no hay un rincón para mi…”
Otras veces la soledad, esa necesidad de amar, como en la oración del adolescente.
“Quisiera amar, Señor
necesito amar,
todo mi ser no es ya más que un deseo
mi corazón,
mi cuerpo,
se alargan en la noche hacia un desconocido a quien ya amo
y braceo en el aire sin encontrar el alma a quien abrazar.
Estoy solo y quisiera ser dos
Hablo y no hay nadie que escuche…
He aquí señor, en esta noche todo mi amor estéril…”
A veces la oración también sabe del sello amargo de su propia tragedia y de fracaso cuando, contradiciendo sus propias dimensiones, se evade del verdadero diálogo. Se olvida de contemplar, de pedir o de escuchar. Como en el caso que narra del teléfono.
“Acabo de colgar. ¿Para qué me ha llamado?
Ah, ya Señor entiendo.
He hablado demasiado y no he escuchado nada…
Y como no he escuchado no he aprendido…
Y como no he escuchado no he aportado…
Y como no he escuchado no hemos comulgado…
Perdóname Señor, porque ahora estamos –sin comunicación- desunidos…”
Así, derivando entre silencios y palabras, entre cosas que se dicen y cosas que se escuchan, entre confidencias y preguntas, entre soledades y comunicaciones, construyendo su fe, orillando su fracaso, desmenuzando letra a letra o silencio a silencio su propia nostalgia, la oración se abre como una de las dimensiones del encuentro con el Dios personal más profundamente destacable en la fenomenología del encuentro religioso.
Michel Quoist, este profundo y delicado pensador católico francés, autor de obras tan notables como Triunfo (Ed. Estela, Barcelona), Amor, el diario de Daniel (Ed. Herder, Barcelona), Dar, el diario de Ana María (Ed. Herder, Barcelona) ha escrito estas “Prieres” (Plegarias) (Paris, 1954) en donde los rasgos de esa fenomenología se destacan con caracteres nítidos e intensamente poéticos.
(Una gran zona del tiempo de sufrir y del tiempo de alegrarse clama en cada oración)
Las varias dimensiones que integran la oración: la escucha, la contemplación, el encuentro con los otros hombres, el agradecimiento, la alabanza, la súplica, son religadas por Quoist en palabras sencillas, en instantes fraternales, en episodios cotidianos: la facticidad se en el hambre, la vivencia, el hospital, el bar, el delincuente, el fútbol nocturno, el entierro o la revista frívola. Cualquiera de esos momentos sirve para que la dimensión religiosa se proyecte, para que el hombre que busca el significado de su existencia asuma la pregunta de su libertad.
Y así es a veces la dimensión del compromiso la que se abre en súplica:
“Señor, ¿por qué me has dicho que amase a todos mis hermanos, los hombres?...
yo estaba tranquilo en mi casa, me había organizado…
mi interior estaba puesto a punto y me encontraba a gusto.
Solo, yo estaba completamente de acuerdo conmigo mismo.
Al abrigo del viento, de la lluvia, del barro…
¡Y ahora señor estoy perdido!
Apenas abrí los ojos vi a todos con la mano extendida, la mirada extendida, el alma extendida, pidiendo como los pobres a las puertas de las iglesias…
Han venido desde todos los rincones de mi ciudad, de la nación, del mundo: innumerables, inagotables.
Ah, Señor ya lo he perdido todo, ya ni me pertenezco.
En mi alma ya no hay un rincón para mi…”
Otras veces la soledad, esa necesidad de amar, como en la oración del adolescente.
“Quisiera amar, Señor
necesito amar,
todo mi ser no es ya más que un deseo
mi corazón,
mi cuerpo,
se alargan en la noche hacia un desconocido a quien ya amo
y braceo en el aire sin encontrar el alma a quien abrazar.
Estoy solo y quisiera ser dos
Hablo y no hay nadie que escuche…
He aquí señor, en esta noche todo mi amor estéril…”
A veces la oración también sabe del sello amargo de su propia tragedia y de fracaso cuando, contradiciendo sus propias dimensiones, se evade del verdadero diálogo. Se olvida de contemplar, de pedir o de escuchar. Como en el caso que narra del teléfono.
“Acabo de colgar. ¿Para qué me ha llamado?
Ah, ya Señor entiendo.
He hablado demasiado y no he escuchado nada…
Y como no he escuchado no he aprendido…
Y como no he escuchado no he aportado…
Y como no he escuchado no hemos comulgado…
Perdóname Señor, porque ahora estamos –sin comunicación- desunidos…”
Así, derivando entre silencios y palabras, entre cosas que se dicen y cosas que se escuchan, entre confidencias y preguntas, entre soledades y comunicaciones, construyendo su fe, orillando su fracaso, desmenuzando letra a letra o silencio a silencio su propia nostalgia, la oración se abre como una de las dimensiones del encuentro con el Dios personal más profundamente destacable en la fenomenología del encuentro religioso.
Michel Quoist, este profundo y delicado pensador católico francés, autor de obras tan notables como Triunfo (Ed. Estela, Barcelona), Amor, el diario de Daniel (Ed. Herder, Barcelona), Dar, el diario de Ana María (Ed. Herder, Barcelona) ha escrito estas “Prieres” (Plegarias) (Paris, 1954) en donde los rasgos de esa fenomenología se destacan con caracteres nítidos e intensamente poéticos.
N. de R. Existe una excelente versión española del libro de Prieres de J.J. Martín Descalzo y R. Ma. Sans Vila publicada por Ed. Sigueme, Barcelona, cuya octava edición data de 1963.