Ámbito
Cuidadosamente redescubierta por Heidegger en sus reflexiones sobre el habitar, la palabra ámbito se ha convertido en un componente cotidiano y en cierto sentido insustituible en las descripciones de la filosofía del diálogo.
Ebner, Buber, Marcel, Picard, Levinas, entre muchos otros, han remarcado con intensidad las posibilidades que la tradición filosófica y la reflexión antropológica han depositado en ella, como ambiente en el que la existencia del hombre se hace consciente de sí y de su apertura comunitaria. Pero seguramente, es Alfonso López Quintás quien ha explorado hasta niveles totales las implicaciones dialógicas que con ella pueden referirse, al desplegar sus contenidos lúdicos (por ejemplo en su Estética de la creatividad).
Ámbito significa espacio de encuentro: no un espacio exclusivamente físico (un lugar) sino de relación, al que integran componentes psicológicos, materiales, culturales, históricos, afectivos, de memoria, de palabra, en urdimbres especialmente intrincadas (un espacio impreciso, oscilante, labil, sujeto a una transformación permanente).
Un espacio relacional de vínculos que se comunican y comparten, y nacen novedosamente, en el misterio del diálogo.
Para no desnaturalizar el significado que trata de referirse con él, es necesario subrayar que el ámbito es inseparable del encuentro: procede en consecuencia de dos seres personales esencialmente orientados uno al otro y que se llaman y responden recíprocamente.
Comprende, pues, todos los componentes corpóreos, situacionales, de identidad y de entrega amorosa que se contienen en el diálogo, y todas las aperturas y dimensiones de verdad, de esperanza, de libertad, de fidelidad, de arraigo que en él se despliegan.
En el ámbito participan las cosas con las que y entre las que, como ser encarnado, el hombre proyecta su existencia: cosas que por incorporarse precisamente al encuentro interpersonal, adquieren una significación humana, se vuelven ambitales, se hogarizan en el sentido que da Heidegger a esta expresión.
Como advierte Saurí, al ambitalizar, la praxis de la personalización se intercambia con una realidad: el hombre puebla el horizonte, cuidándolo y haciéndose cargo de el.
Max Picard ha remarcado el sentido originario que todo ámbito tiene, reivindicando incluso el valor de novedad de cada palabra, de cada silencio y de cada cosa incorporada a él.
Cada ámbito es, de ese modo, una creación, irrepetible e inconfundible, en la que se proyecta el carácter originario, único de cada ser humano, la inefable novedad de cada existencia.
Morada, refugio, cercanía, familiaridad, hogar, patria, amparo, arraigo, hábitat, son palabras que refieren momentos del ámbito.
Por eso ninguna de ellas remite a extensiones o medidas, sino a significados vividos en el encuentro interpersonal, a hechos, recuerdos y cosas reunidas y fundadas en el espacio del diálogo.
Derivada de ámbito, la voz ambitalización se usa coincidentemente para significar la inserción de una cosa en un diálogo, su conversión en horizonte o en un momento integrador de la realidad de un encuentro.