Hermenéutica y sentido
Por Héctor Delfor Mandrioni *
Introducción
El movimiento del pensamiento filosófico contemporáneo, en
su despliegue humanístico más notable y eficaz, se concreta, entre otros, en
las corrientes fenomenológicas y hermenéuticas. La fenomenología, cuyo fundador
fue E. Husserl, se extendió rápidamente por Europa en los comienzos del siglo
XX. Pensadores como M. Scheler, N. Hartmann, K. Jaspers, etc., adhirieron a la
fenomenología pero manteniendo siempre una interpretación y aplicación
independientes.
En lo que respecta a la doctrina hermenéutica puede hablarse
de una prehistoria –Philon, Orígenes, Agustín, etc.- a partir de la cual,
pasando, en el siglo XIX, por la hermenéutica romántica de Schleiermacher y por
los aportes de W. Dilthey, con sus ideas de una psicología comprensiva y una
distinción entre el explicar y el comprender, llegamos en el siglo XX, a una
noción de la hermenéutica, entendida como explicitación de la existencia, por
parte de M. Heidegger y, en lo que podríamos llamar su actualidad, la
hermenéutica ahora extendida a la universalidad del saber filosófico. Se habla
hoy de “La universalidad de la hermenéutica”, de modo que la labor
“interpretativa” se identifica con la labor “filosófica como tal”.
Así, a partir de una hermenéutica entendida como método para
la interpretación de textos bíblicos en los que se afirma la posibilidad de
múltiples sentidos de las Sagradas Escrituras y de textos clásicos de
literatura, historia y derecho, hoy, la hermenéutica concibe toda realidad como
un “texto”, expuesto a una interpretación, nunca definitivamente clausurada.
Entre los principales representantes actuales de la
hermenéutica nombramos a H.G. Gadamer, P. Ricoeur y E. Betti. El pensamiento de
cada uno de ellos puede encontrarse expuesto en las siguientes obras: para
Gadamer en “Verdad y Método”; para Ricoeur, en “Del texto a la acción” y para
Betti, en “Teoria generale della interpretazione”. A partir de una base de
coincidencias fundamentales comunes, pero lo suficientemente oscilantes, cada
uno de ellos mantiene su autonomía, pero en un diálogo permanente, animados,
por lo general, con el aire fresco de lo que Jaspers llamaba “La lucha amorosa
por la Verdad”.
Las explicitaciones llevadas a cabo en los últimos años,
tanto en el campo de la fenomenología como en el de la hermenéutica, han
desembocado, en especial por el aporte de Ricoeur, en un léxico que vincula
ambos espacios en la fórmula: Fenomenología hermenéutica o Hermenéutica
fenomenológica.
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Al tratar el tema de la interpretación y el Sentido es
preciso recordar, no solo las diferencias que existen entre los distintos
pensadores sino también las nuevas explicitaciones y correcciones que se
producen en las propuestas dentro del pensamiento de un mismo autor, dada la
fecundidad del diálogo que los principales y los actuales representantes de la
hermenéutica entablan entre sí. A partir de algunas de sus tesis fundamentales
buscaremos internarnos en lo que puede ser el núcleo de lo que se entiende hoy
por “interpretar” y “sentido”.
Entre interpretar y sentido existe una intrínseca
vinculación, desde el momento que el acto interpretante apunta intencionalmente
al sentido como su esencial contenido. La noción clara de lo que significa el
acto de interpretar aparece en la siguiente formulación de uno de los más
conspicuos representantes de la actual hermenéutica, a saber, el filósofo belga
J. Ladrière.
Interpretar es reinscribir en un horizonte de comprensión disponible
de alguna manera, lo que solo es dado de un modo incoativo y relativamente
enigmático, como proposición de sentido más bien que como una significación
cumplida.
A la luz de estas definiciones la hermenéutica se propone
disipar las oscuridades que encierra un texto, un acontecimiento, una realidad,
etc., para lograr la visión primordial de su sentido. El sentido despliega sus
contenidos a partir de su desocultamiento merced a la remoción de las imágenes,
percepciones, recepciones y prejuicios que pueden distorsionar la autenticidad
del sentido.
Es preciso no confundir esta “reinscripción” con lo que en
lógica se denomina demostración o prueba. No toda verdad y sentido exigen ser
probados o demostrados científicamente cuando lo primordial ya está allí: solo
hay que interpretarlo.
Pensar de una manera “crítica” quiere decir: hacer
constantemente la diferencia entre lo que reclama una prueba para ser
justificado y aquello que exige para ser autentificado, la simplicidad de la
mirada para ser acogido. Estas ideas iluminan la distinción que hoy se
establece entre el “pensar calculante” y el “pensar meditante”. El pintor
Braque decía: Las muchas pruebas fatigan la verdad. Fatigan, en boca del
artista, significa que las muchas demostraciones pueden, poco a poco, extenuar
la evidencia de su sentido original, anterior e inicial.
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El aporte de lo que acabamos de exponer nos permite captar
el alcance de la controversia cumplida entre Habermas y Gadamer, en torno a las
relaciones y significados implicados en los conceptos de “razón crítica” y
“razón hermenéutica”. El intercambio de ideas divergentes, mantenidas entre
ambos pensadores y la solución que aporta P. Ricoeur es la que proponemos a
continuación.
Si radicalizamos la polémica podríamos sintetizarla de esta
manera. Se ha afirmado que “los filósofos han interpretado el mundo de
distintas maneras; pero de lo que se trata en cambio es de transformarlo”. Lo
primero es lo que defiende Gadamer; lo segundo es lo que defiende Habermas,
lógicamente en conexión con Marx.
Lo que se pretende en el fondo es saber si la búsqueda del
sentido y la verdad es una aventura crítica o un proceso interpretativo. A este
dilema fundamental responde P. Ricoeur: ¿Por qué no son las dos a la vez? O
sea: el pensamiento consiste en un proceso interpretativo crítico. Una
comprensión hermenéutica puede y debe articularse de manera crítica y ser una
guía en pro de un interés por la emancipación de las ideologías.
La vida ética, para Ricoeur, consiste en una perpetua
transacción entre el proyecto de libertad y su situación ética dibujada por el
mundo dado de las instituciones. Una hermenéutica que se desligara ella misma
de la idea de emancipación, se convertiría en una simple herramienta de las
tradiciones. La relación entre el proyecto de libertad y la memoria de sus
conquistas pasadas constituye un círculo vicioso solo para la comprensión
analítica, no para la razón práctica. Para Ricoeur una “crítica” no puede ser
nunca primera y última.
En consonancia con esta justa apreciación del filósofo
francés se reclama un interés por la reinterpretación de las herencias
culturales recibidas del pasado y un interés por las proyecciones futuras de
una humanidad liberada. Como conclusión, lo que se afirma es la necesidad de
una “hermenéutica crítica”.
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La formulación de Ladrière, antes citada, habla de un
“horizonte de comprensión”. La siguiente afirmación de Gadamer nos introduce en
el significado de un “horizonte de comprensión”. Dice el filósofo mencionado:
Toda comprensión se funda en una pre-comprensión. Esta tesis nos desliza hacia
una noción clave en toda la hermenéutica gadameriana, a saber, el “pre-juicio”.
Lo enunciado en un juicio solo alcanza significado sobre la base de un mundo de
“pre-juicios”. De este modo toda interpretación se hace posible a partir de un
vasto y determinante horizonte de pre-juicios. Sabido es que para Gadamer no es
la historia la que nos pertenece sino que somos nosotros los que pertenecemos a
la historia. Además para este filósofo, el diálogo y su lenguaje constituyen el
espacio esencial en el que se despliega el sentido y la verdad. Sin desdeñar la
importancia monádica de la subjetividad, para Gadamer el “ser con” constituye
el oxígeno de toda su hermenéutica.
Se ha hecho notar que el “pensar por sí mismo”, célebre
exhortación de Kant, que definía la idea misma del Iluminismo, halla ahora su
contrapartida en la hermenéutica filosófica tal como la concibe Gadamer con la
primacía del pensar “a partir del otro”. Conforme a este modo de pensar,
comprender a partir de sí mimo, no es posible, porque desde el inicio somos
llevados por la tradición y la historia, fuerzas que siempre nos preceden y
determinan. Parecería que, a la racionalidad crítica de las Luces le sucedería
hoy el tradicionalismo romántico de la hermenéutica.
A la luz de la idea de interpretación propuesta por
Ladrière, lo que en un texto solo se da de una manera incoativa y enigmática,
mediante la interpretación, el sentido originario hasta ese momento latente, es
ahora desocultado. El sentido oculto, interpretado, se concreta y se
exterioriza en la figura de una “significación”.
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Al hablar del “sentido” nos referimos a la palabra esencial
en torno a la cual gira toda la hermenéutica, y en el fondo, la universalidad
de la filosofía. Acercamos, en estas Notas sobre hermenéutica y sentido,
algunos aspectos que nos permitan responder a la pregunta: ¿Qué es el sentido?
El sentido tiene que ver con la comprensión y la
direccionalidad de algo. El sentido es lo que funda la comprensión de algo, sin
presentarse ello mismo a la vista, expresa y temáticamente.
Se trata del acceso a un sentido matricial disipando las
oscuridades que lo cubren y abriéndolo a una intuición auténtica y verídica. El
sentido es lo que hace que algo pueda ser comprendido.
El sentido despierta en nosotros la idea de una
direccionalidad. Hablamos por ejemplo del sentido de un río o de un camino o
sea de una orientación y dirección. Parménides hablaba del camino que lleva al
“ser que es”; camino de la verdad que evita el camino de la opinión. Así, la
ontología habla de una conversión, de un giro fundamental que impulsa una
“aversión respecto de los entes y una versión hacia el ser”. Es el “paso atrás”
y el retorno a lo más propio y fundativo. Tanto la comprehensibilidad como la
direccionalidad del sentido encuadran en un tipo de sensibilidad que posibilita
la apertura en virtud de la cual toda interpretación debe haber entendido ya lo
que hay que Interpretar. Toda intelección de algo requiere como condición de
posibilidad, la totalidad de un contexto de sentido, o sea un mundo ya
proyectado y precomprensivo.
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A pesar de las dificultades que el tema implica,
presentamos, en síntesis, lo que Heidegger enuncia acerca de la dimensión
proyectiva del comprender. Comprender es “proyectar su ser hacia
posibilidades”. Explicitar la comprensión es buscar comprender “más y mejor”.
Por eso Heidegger habla de “comprensión explicitante”. Cuanto algo más
explícito más ingresamos en lo profundo de la comprensión; tanto más se
elaboran las posibilidades proyectadas en la comprensión. Lo que constituye la
explicitación se manifiesta a través de tres momentos que el autor denomina:
“pre-adquisición”, “pre-visión” y “anti-cipación”. ¿Qué significan cada uno de
estos tres momentos?
1. La
“pre-adquisición significa que en la comprensión nunca se parte de grado cero;
siempre hay un “pre-adquirido”.
2. La “pre-visión” fija la dirección que deberá tomar la
explicitación. Existen muchas direcciones posibles según las cuales el trabajo
de explicitación puede desplegar.
3. La “anti-cipación” significa que la anticipación se halla
en búsqueda de conceptos adecuados. Para que el trabajo de la comprensión pueda
realizarse es preciso inventar conceptos que nos aseguren una posesión mínima
de la cosa comprendida.
El horizonte de significación implica la totalidad
comprendida de un modo conjunto y atemático que penetra, condicionándola y
determinándola, la percepción e intelección de un contenido que se abre, dentro
de esta totalidad, de una manera determinada. De este modo se comprende que
existan distintos horizontes parciales, que están incluidos en el horizonte
total comprensivo, en el que se realizan las vidas humanas. Se podría decir que
el mundo como tal es ese horizonte totalizante.
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Ahora cabe preguntarse si ese sentido originario buscado es
una donación a partir de la otredad del ser que como presencia adviene a la
mirada del espíritu que lo recibe y acepta o, más bien, es una donación de
sentido de la conciencia misma que, a partir de sí misma lo constituye, de modo
que la receptividad no es más que el nivel más bajo de la actividad. Tal vez la
opción puede encerrarse en estas dos fórmulas, conforme a las cuales el sentido
es interpretado como algo instituido por el espíritu mismo que como tal es
constituyente, o más bien, el surgimiento del sentido se cumple en la
simultaneidad constitutiva del ser y del espíritu. La última fórmula creemos
que es la que mejor traduce la manifestación del sentido a partir de un
silencio edificante-edificado. Se trata de una circularidad fundativa pues el
ser, a la vez que adviene a partir de su trascendencia respecto del espíritu,
constituye el sentido; pero también es preciso reconocerle al espíritu la
apertura de un espacio de juego que, al disponer de un área propia, al
sensibilizarla, prefigura y condiciona la emergencia del sentido. Sin la fuerza
reveladora y permisiva del espíritu, no solo no existiría un oído que,
silencioso, escucharía la “voz del ser”, sino que incluso no existiría tal voz;
ésta solo dormiría en el seno de un “ser ensimismado”, al modo como la chispa
duerme en la noche milenaria de la piedra. Podemos afirmar que en el espíritu
humano, la heterodonación y la autodonación del sentido se conjugan. La ruptura
de este equilibrio arrojaría efectos contrarios al estado de cosas accesible a
nuestra comprensión humana del sentido.
En el origen del sentido pasa algo similar a lo que acontece
con el origen del filosofar: “algo (el ser) nos llama a filosofar y a su vez,
como decía Aristóteles en el comienzo de la metafísica, todos los hombres
desean saber, vale decir, filosofar. Desde los orígenes surge un llamado y un
simultáneo reclamo.
Lo que acabamos de exponer nos muestra que el sentido es
nuestro elemento. Somos, no los arrojados, sino los enviados al mundo del
sentido. De este modo la actitud del intérprete no es la de la duda o la
desconfianza del “no” o del rechazo, sino de la obediencia y del
consentimiento. Lo que el sentido exige excede siempre la posibilidad de una
respuesta humana exhaustiva. El exceso y sobreabundancia del sentido trata de
cumplirse a lo largo de una respuesta multiforme en base a una mirada
multiforme.
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Para que el intérprete esté dispuesto a una interpretación
auténtica y equitativa del sentido de un texto debe superar, en una especie de
ascesis, las tres grandes fuerzas de nuestra vitalidad impulsiva, que pueden
ideologizar el sentido del texto, entendiendo ideologizar en su acepción
negativa. El primer peligro reside en el interés que tiende a la cuantificación
y al cálculo, convirtiendo la interpretación en un negocio. En segundo lugar el
placer por el que se tiende a interpretar de un modo posesivo y egoísta. Por
último el poder por el que se propende a dominar la significación y el alcance
del sentido. Estos tres apetitos despliegan un velo delante del intérprete y le
ocultan el verdadero significado del texto. El ideal sería lo que añoraba
Hölderlin cuando exclamaba: Oh corazón mío vuélvete infalible cristal en el que
la luz se pruebe. El espíritu del que interpreta debería convertirse en un
“inefable cristal” de tal modo transparente para que la luz del sentido
irradie.
Junto a estos modos posibles de ocultar o falsear el sentido
se presenta otra fuerza casi insuperable, que inclina a interpretar el texto en
la línea de una visión inflexible. La influencia que ejerce la tradición o lo
que Gadamer designa como “historia efectual”. A lo largo de las épocas se va
sedimentando una determinada manera de entender ideas y valores que de modo
inconsciente orienta toda interpretación. Aquí se comprende y se aplica lo que
Gadamer quería decir al afirmar que no somos nosotros los dueños de la historia
sino que la historia es dueña de nosotros.
Se trata por lo tanto de una exigencia en virtud de la cual
el intérprete debe tomar conciencia de nuestro condicionamiento histórico, y de
esta manera puede controlar la eficacia profunda de la tradición que infiltra
sus pre-juicios. Siempre que comprendemos, a nuestras espaldas, la eficacia de
la historia y sus contenidos están en obra, recortando silenciosamente el
horizonte insobrepasable de lo que nos puede aparecer como sensato y digno de cuestionamiento.
Es indudable que Gadamer exagera el peso determinante de la historia en la
comprensión del sentido, pero también reconoce que es posible y necesario el
control de su influencia.
Ayuda a entablar una comprensión equitativa de un texto
recorrer tres momentos. 1. Experimentar la apertenencia al sentido del texto en
una intercompenetración con lo dicho por el autor. 2. Actuar luego una
distanciación que posibilita la objetivación del sentido y su peso real de
verdad. 3. La apropiación del sentido comprendido.
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La apropiación del sentido comprendido y juzgado abre el
espacio de la aplicación del sentido a la vida del intérprete, de modo que,
junto a la dimensión de la significación semántica se despliega la dimensión de
la significación existencial. Esta es la tesis de Gadamer: “Comprender es
comprenderse”. De modo que, junto al comprender y explicar se sigue el aplicar
lo comprendido y explicado, a la vida misma del intérprete. De golpe, podríamos
decir, el sentido semántico gira hacia el sentido existencial comprometiendo
así la objetividad del sentido con la subjetividad de la vida del que
interpreta. Esta transferencia del sentido semántico al sentido existencial
implica un paso del uno en el otro; un devenir el uno en el otro y por el otro,
o sea el potencial del sentido actuando en el mundo del discurso y en el mundo
de la vida.
Ante el hecho de esta transferencia del sentido se podría
pensar que la “apropiación” del mismo reintroduce la presencia soberana de una
subjetividad determinante. Pero, la fuerza de esta presencia se corrige si se
tiene en cuenta que “comprender es aquí comprenderse delante del texto” y solo
se convierte en algo mío y propio en la medida en que yo me desapropio de
mí-mismo, para dejar ser la objetividad de la cosa misma del texto. Se puede
decir que yo cambio el yo, señor de sí mismo, por el sí-mismo discípulo del
texto.
Si comprender es “comprenderse”, comprender quiere decir
comprometerse con una proposición de sentido que es siempre también un modo, un
estilo nuevo de vida, una manera de obrar en el mundo.
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En cuanto a la relación entre comprender y explicar afirma
Ricoeur que se trata de “explicar” para mejor comprender, y por consiguiente
“mejor comprenderse”.
En conexión con lo ahora expuesto consideramos oportuno
presentar algunas propuestas de uno de los más importantes representantes de la
hermenéutica; nos referimos al jurista italiano E. Betti. A la luz de las
exposiciones que J. Grondin efectuara en torno a las ideas fundamentales de
este eximio autor, presentamos aquí algunos de sus conceptos sobre la
objetividad y subjetividad de la interpretación.
Frente al aparente dilema entre objetividad y subjetividad,
Betti se inclina a favor de la objetividad pero sin descuidar la importancia de
ese momento subjetivo en la interpretación. Por un lado, el imperativo de la
objetividad, puesto que las formas representativas que asume el texto deben ser
fielmente interpretadas, conforme a su sentido original y propio. Por otro
lado, la reconstrucción del sentido objetivo solo puede lograrse gracias a la
subjetividad del intérprete, a su espontaneidad, a si sensibilidad y a su
capacidad de apertura . En polémica con Gadamer, Betti presenta su respuesta
concretándola en cuatro “cánones”. De una manera sintética solo presentamos dos
de éstos cánones. Ambos tienden a reducir la tensión actuante entre la
objetividad del texto y su potencial de sentido inmanente al mismo texto. La
normatividad del primero se basa en la autonomía del objeto.
Las formas
representativas deben ser comprendidas según el espíritu que en ellas se
objetivó. El sentido del texto no es el que nosotros le adjudicamos, sino el
sentido original del texto mismo. El sentido debe ser extraído del texto y no
dictado desde el exterior. Betti repite continuamente, dice Grondin, que sensus
non est inferendus, sed efferendus. Este canon hace de la mens auctoris el
criterio de toda Interpretación. El segundo canon declara que el objeto debe
ser interpretado a partir de la totalidad y coherencia, de modo que las partes
se esclarezcan recíprocamente.
Grondin ve un ejemplo de mutuo reconocimiento en el hecho
siguiente. Gadamer estima el “derecho” como un privilegio y Betti reconoce la
“filología” como digna de ser privilegiada. Esta simetría se concreta en lo
siguiente: mientras Betti jurista se inspira en la filología, Gadamer filólogo
se inspira en la jurisprudencia.
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Un tema que se plantea en la hermenéutica consiste en la
relación que media entre “comprensión y explicación”. Por un lado, en nombre de
la objetividad, toda relación de tipo subjetivo e intersubjetivo debería ser
eliminado por un proceso explicativo. Por otro lado, en nombre de la
subjetividad que se experimenta en la apropiación del mensaje, todo análisis
objetivante sería declarado extraño e incongruente.
A esta mutua exclusión es preciso oponer una concepción
dialéctica que fundamente y legitime una intercompenetración entre los actos de
comprender y explicar. Una respuesta coherente y sensata a esta confrontación
nos la ofrece el filósofo P. Ricoeur. Al hablar de comprensión y explicación es
posible seguir el trayecto que va de la una a la otra. Abordamos primero el
trayecto que va de la comprensión a la explicación.
La comprensión reclama explicación cuando no existe la
situación de diálogo, donde el juego de las cuestiones y las respuestas permite
verificar la interpretación en situación a medida que el diálogo se desarrolla
y explicita. En la situación simple de diálogo, comprensión y explicación se
recubren. Cuando no comprendo, espontáneamente reclamo una explicación; la
explicación que se me da me permite mejor comprender.
Abordamos ahora el trayecto que va de la explicación a la
comprensión.
No hay explicación que no acabe en una comprensión. Es
necesario hacer el trayecto inverso, de lo virtual a lo actual, del sistema al
acontecimiento, de la lengua a la palabra. La actividad del análisis aparece
entonces como simple segmento sobre un arco interpretativo que va, de la
comprensión ingenua a la comprensión sabia a través de la explicación . El
comprender y el explicar se conjugan en un todo, pero manteniendo cada uno su
diferencia.
Conclusión
Al terminar estas notas sobre Hermenéutica y Sentido no
podemos eludir preguntarnos: ¿El desenvolvimiento de la historia de la
humanidad, vista como un todo, tiene un sentido? Podemos nombrar tres
respuestas que se presentan como omniabarcadoras y fundamentales.
1. Hay un sentido claro, lógico, dialéctico y necesario,
accesible al espíritu humano. Es la respuesta de Hegel. Por tanto hay una
certidumbre diáfana respecto del sentido, dirección, orientación y teleología
del curso de la historia humana. Es la razón la que lo alcanza.
2. No hay
sentido; por tanto, esencial ilogicidad, caos, jungla y absurdo. Cada momento presente se agota en sí mismo. Ningún hilo real
engarza con un nexo de sentido los hechos entre sí. Esta idea pulsa en el fondo
del existencialismo ateo.
3. Hay un sentido profundo y profético, pero el cristiano lo
capta en la fe. De tanto en tanto aparecen signos que muestran la certeza de la
profecía. Pero esas señales no desocultan del todo una Figura apodíctica. Nos
hallamos envueltos en un torzal de incertidumbre humana y a la vez de
certidumbre divina, pero que opera como misterio apocalíptico. Por debajo de lo
que determina identidades históricas fluye un sentido siempre “diferido”, en un
constante proceso de significación nunca agotado y totalmente desocultado. A la
luz de lo aquí expresado se sigue que la historia nos ha sido dada solo como
“fragmento” y este “fragmento” no lo puede completar nadie. Es sentido
apocalíptico, por eso nunca puede leerse en la historia lo que acontece en su
fondo más recóndito. Oculta su sentido y se cumple con un carácter misterioso,
y misterio significa que lo que acontece, en el momento de manifestarse se
oculta.
Uno de los más grandes teólogos del siglo XX, Urs v.
Baltasar, afirma que el soplo pentecostal del verdadero Espíritu comienza por
despedazar todas las pretendidas y presuntuosas totalidades. Pero persiste una
esperanza. Dice este pensador: Como un ciego que con sus manos sensibles palpa
la arista aguda de un vaso quebrado, los cristianos aprenden entre los
escombros de la existencia, en qué dirección Dios los pone en el camino de la
totalidad.
Entre la transparencia cristalina de un sentido de la
historia y una opacidad absoluta cabe pensar una translucidez más o menos
brumosa, tal como la propone la tercera interpretación, la cual, no solo no nos
inclina a un escepticismo sino, por el contrario nos invita a una búsqueda en
pro de una visión cada vez menos nebulosa.
* Doctor en Filosofía. Profesor de Filosofía en las
Universidades de La Plata y Católica Argentina. Autor de “La vocación del
hombre”, “Sobre el amor y el poder”, “Pensar la técnica”, entre otros.
Este trabajo fue inicialmente publicado en el año 2003 por
el Instituto de Filosofía del Derecho de la Universidad Nacional de Lomas de
Zamora, dirigido por el doctor Héctor Negri.