Ausencia
H. N.
La ausencia constituye el modo doloroso en el que la existencia dialógica se revela.
Descubre, por un lado, su carácter absolutamente
indigente, necesitado. Por otro, la apertura permanente al dolor y al fracaso
que significa un diálogo que quiere trazarse y que no puede.
Alguien a quien llamo no está; alguien me llama pero
en condiciones tales que no puedo responderle.
Cae sobre mi ser de ese modo la congoja última de
saber que ese alguien, ausente, estaba especialmente dispuesto para encontrarse
conmigo.
Como epifenómeno del diálogo y como perplejidad de la
existencia, la ausencia sólo puede darse entre los seres humanos.
Las cosas no están presentes, ni ausentes. Simplemente
están o no están allí. Sólo el ser humano, instado y sustentado por el amor,
conoce la tremenda carga de la ausencia, de un llamado que convoca a sus
compromisos más hondos y que se desvanece en la nada, sin poder concretarse en
el esperado encuentro.
De todas las formas de ausencia, por cierto que más
desgarradora, la que junto al misterio de su realidad plantea el problema
angustiante de la nada, es la de la muerte.
Quebradora de diálogos, saqueadora de inercias y
proyectos, desvanecedora de vínculos, la muerte propone el desconcertante
enigma de una ausencia final, ligada a un desesperado y progresivo olvido.
Pero aún antes de ella, toda ausencia es ya
profundamente problemática, toda ausencia anticipa el sentido anonadadamente de
la muerte, la instala y prefigura, sobre la existencia misma.