lunes, 30 de septiembre de 2013

Ausencia
H. N.

La ausencia constituye el modo doloroso en el que la existencia dialógica se revela.

Descubre, por un lado, su carácter absolutamente indigente, necesitado. Por otro, la apertura permanente al dolor y al fracaso que significa un diálogo que quiere trazarse y que no puede.

Alguien a quien llamo no está; alguien me llama pero en condiciones tales que no puedo responderle.

Cae sobre mi ser de ese modo la congoja última de saber que ese alguien, ausente, estaba especialmente dispuesto para encontrarse conmigo.

Como epifenómeno del diálogo y como perplejidad de la existencia, la ausencia sólo puede darse entre los seres humanos.

Las cosas no están presentes, ni ausentes. Simplemente están o no están allí. Sólo el ser humano, instado y sustentado por el amor, conoce la tremenda carga de la ausencia, de un llamado que convoca a sus compromisos más hondos y que se desvanece en la nada, sin poder concretarse en el esperado encuentro.

De todas las formas de ausencia, por cierto que más desgarradora, la que junto al misterio de su realidad plantea el problema angustiante de la nada, es la de la muerte.

Quebradora de diálogos, saqueadora de inercias y proyectos, desvanecedora de vínculos, la muerte propone el desconcertante enigma de una ausencia final, ligada a un desesperado y progresivo olvido.

Pero aún antes de ella, toda ausencia es ya profundamente problemática, toda ausencia anticipa el sentido anonadadamente de la muerte, la instala y prefigura, sobre la existencia misma.