miércoles, 14 de agosto de 2013

Amistad
H. N.

Cargada de connotaciones emotivas y desgarradas en estos últimos tiempos por un uso frívolo que ha dispersado sus significados, la palabra amistad propone sin embargo una realidad intensamente válida y algunas perplejidades, en orden al vínculo que con ella se significa.

Muchas de sus notas son comunes a toda forma de amor, aunque se den en dimensiones distintas. La fidelidad por ejemplo, que es una exigencia interna de todo amor y que significa amar a pesar y más allá de las cambiantes circunstancias; la confiada entrega al otro; la exclusión del uso cosificante; su interna fragilidad; y obviamente, su carácter relacional dialógico, sin el cual el amor resulta inconcebible.

Fenomenológicamente, el rasgo que se ofrece configurando a la amistad de modo específico es la presencia: amigo es el que está ahí, adelante, conmigo, plegado a mi existencia, acogiéndome, convocándome a ser escuchado y reconociendo anticipadamente (al punto de volver ocioso su pedido) requerimientos y necesidades mías.

Cuando el libro del Éxodo relata el llamamiento de Moisés, Dios expresa la amistad con su pueblo con estas palabras: “yo soy el que está con vosotros. Dirás a los israelitas: el que está me envía a vosotros" (Ex.3:14). Unos versículos antes había proclamado también su amistad con el propio Moisés de un modo idéntico: yo estoy contigo. Temas semejantes se reiteran en variadas situaciones en el Antiguo y Nuevo Testamento. 

Ese estar contigo moviliza no sólo al presente, sino aún los tiempos de la espera, desde los cuales es posible reiniciar permanentemente la experiencia del nosotros. En ese sentido la amistad expresa la inconmensurable reserva del ser, la inagotable posibilidad de recuperación del fracaso.

Como todo diálogo, la amistad es abierta. No admite, aun preservando los rasgos únicos de cada relación, un cierre sobre sí misma que la vuelva excluyente (la idea del tercero excluido no cabe en una relación dialógica sino desde el fracaso). Una amistad cerrada significaría una confusa desfiguración del amor.

La admonición de Cristo en Mt., 5:46 y su derivación expresa, el mandamiento de amar a los enemigos, alerta sobre esa posibilidad inquietante. Señala, además, la inmensa capacidad de persuasión que la llamada de amistad tiene, al desbaratar la actitud de su rechazo.





N. de R. El tema de la amistad ha suscitado un tratamiento especialmente intenso. Las perplejidades reflejadas por Platón en “Lisis”, el impresionante capítulo VIII de la “Etica a Nicómaco” de Aristóteles, el “Tratado de la amistad” de Cicerón y las reflexiones de Santo Tomás de Aquino en la “Suma Teológica”, constituyen obras clásicas de la materia. El tema se ha renovado constantemente a lo largo de los siglos, no sólo en orden a la filosofía. La relación amistad-derecho por ejemplo, ha dado lugar contemporáneamente a algunos trabajos notables: por ejemplo el de L. Lombardi Vallauri "Amistad, caridad y derecho" o el de Luis Legaz Lacambra, "El derecho y el amor". En sus "Itinerarios humanos del derecho", Sergio Cotta propone breve, aunque agudamente, el tema.