miércoles, 8 de mayo de 2013

Libertad, gracia y destino, de Romano Guardini


Romano Guardini, nacido en Verona, Italia, a fines del siglo pasado (1885) ha sido profesor en Roma, Berlín y Munich.

Sus estudios sobre la persona y el diálogo, desplegado este último tema desde el ángulo de las más variadas dimensiones de la existencia humana, lo valorizan como uno de los pensadores contemporáneos más fecundos en una perspectiva dialógica.

Las reflexiones que siguen, sobre la libertad, han sido tomadas de la primera parte de su obra: Libertad, gracias y destino, en la que –y en correspondencia con una intensísima labor bibliográfica- trata de alcanzar según el mismo expresa “…una visión unitaria y total de la existencia…” (Ed. Bs.As. 1987).

Las trascribimos y analizamos con cierto detenimiento por la fecundidad de su contenido, que abre inmensas posibilidades de reflexión.


La libertad

1.  No todos los actos de un ser humano pueden ser igualados en orden a su procedencia: se dan entre ellos diferencias esenciales, que una descripción cuidadosa sobre mis propios actos puede reconocer.

a) Unos, como las operaciones orgánicas, los movimientos involuntarios, la coacción en sus múltiples formas que realizan en mí necesariamente (en ellos no soy yo propiamente quien actúa, sino algo que está en mí o en torno a mí: mi sistema orgánico psíquico, el medio social, la situación histórica, etc.). Tales acciones me “pertenecen”  sólo en un sentido muy limitado. No soy de ellas el verdadero autor.

b) Otros, por el contrario, me expresan como quien actúa. Soy yo el punto de partida del suceso que –ahora sí y con todo rigor- puedo llamar acción.
La acción procede originariamente de mí: no como un movimiento mecánico de un centro impulsor o como el desarrollo de la planta desde la semilla, sino desde un comienzo auténtico. Podrá tal acción presuponer materiales, elementos, energías, instrumentos, cosas, pero ella tiene su verdadero principio, su origen en mí. Brota al exterior porque yo quiero que brote, porque yo la produzco: en su ejecución no soy una causa sino su autor.

Esta es la acción libre.

2. En la acción libre me pertenece la acción de una manera única. Y a la vez en ella me pertenezco yo a mí mismo. La acción libre es la manera esencial como realizo mi yo, mi ser personal.
Aquí hay que acentuar (frente a otras interpretaciones que son manifiestamente erróneas) que el yo capaz de libertad es real. El yo se actualiza en la acción libre, pero no procede de ella ni mucho menos consiste en ella (de otro modo no habría acciones sin sujeto). Lo primero no es la acción sino el ser personal. De él procede la acción. Quien primariamente lleva el carácter de la libertad es el hombre-persona, es decir, el hombre que se posee, dueño de sí. La acción libre es la manera como la persona actúa su ser, ordenado a la libertad.

3. La acción libre se halla estructurada de una manera especial. Al principio está la autoridad del yo. En el curso de la acción esta auto-unidad se secciona. Surge un momento de iniciativa. El sujeto juzga las distintas posibilidades, se decide por una de ellas: se inmerge en ella, realizándola. Y recobra, mediante la consumación del hecho, la unidad primera, la cual, empero comporta ahora un nuevo contenido.
Este proceso puede realizarse en formas distintas. A veces, el momento de la iniciativa busca, en orden a la experiencia interna, remontarse “sobre” la consistencia dela situación y del propio ser, dejando “debajo de sí” las distintas ligaduras interiores, inclinaciones, tendencias, etc. (Es la libertad de arbitrio. Su caso límite es la indiferente disposición sobre sí mismo y sobre lo dado afuera. En otras, en cambio, el momento de iniciativa trata de penetrar “hacia adentro” en lo íntimo y esencial tanto del ser vital como de la situación a fin de encontrar la más adecuada posibilidad de acción y realizarla. (En este caso el proceso se dirige a alcanzar lo interno esencial y expresarlo en la acción. Su caso límite se manifiesta en este sentimiento: yo no puedo obrar de otra manera que así, en lo que soy completamente yo mismo).
Estas dos formas no deben, sin embargo, considerarse como aisladas absolutamente. Siempre se dan, en alguna medida, en forma conjunta. De otro modo la libertad de arbitrio se tornaría mera arbitrariedad o la libertad “hacia adentro” mera coacción. En los dos casos hay en mí un momento capaz de poner en marcha un suceso: iniciativa, capacidad de origen, algo que me hace ser autor.

4. Existen dos aperturas que existencialmente revelan esa capacidad de autoría, esa libertad: la conciencia de la responsabilidad y la conciencia del deber.
La conciencia de responsabilidad es un saber peculiar que no sólo me dice que “participo de las cosas que hago de una manera que las trasciende: debo responder por lo que en ellas se origina en bien o en mal.” Y no sólo externa, jurídicamente, sino en la médula de mi ser. Por la acción libre soy sometido a una medida especial: la del bien y de lo justo. La expresión “soy responsable” está llena de contenido. Significa que soy preguntado y debo responder, de tal manera, que en la respuesta entre yo mismo, que sea comprendido por ella.
El preguntado en orden a la responsabilidad no es lo sucedido en sí mismo sino el que ha obrado. Ese preguntar no viene de la norma ni de la idea (ellas valen pero no tienen iniciativa, carecen de rostro, de facultad de volverse hacia nosotros y hablarnos). Únicamente otro es capaz de hacer la pregunta a la que yo deba responder y que por su propia realidad se identifique con la norma: es decir, Dios. La responsabilidad está esencialmente referida a Dios (la libertad del hombre, es esencialmente, libertad ante Dios).
La conciencia del deber. El acto libre recibe su sentido pleno, no al hacer cualquier cosa, sino al hacer lo recto.
La moralidad es la radical referencia, el significado último de la libertad.
Por eso, como se verá algo más adelante, la libertad moral es la “fecundidad” del ser.

5. El proceso de la libertad no es una combinación de órganos que aseguren una cierta función, sino una actuación personal. Actuación, empero, que no siempre ocurre. En este sentido, es asombrosa e inquietante la medida en la que el hombre puede renunciar a la existencia libre, o sustraerse a sus exigencias y vivir exclusivamente de impulsos biológicos, psíquicos y sociales. Esto es particularmente visible en los estados primitivos, en los cuales el individuo se halla completamente soterrado en la vida de la comunidad, de modo que todo marcha en él según una norma intangible; también en las culturas ya maduras, en las que, a través de una larga tradición, se ha ido desarrollando un rico mundo de formas que están ahí preparadas para cada posibilidad. (Estas formas hacen que todo marche como espontáneo, sin dejar apenas cabida a la libertad: la libertad ha sido sofocada por sus propias producciones).
Igualmente, el ethos de la libertad puede ser destrozado cuando fuertes tendencias empujan hacia cierta existencia global, hacia un plan y estructuración comunitarios, que sienten a la libertad como desorden y obstáculo.

6. Resumiendo: la libertad en acto significa el hecho enigmático de que el hombre, aun hallándose encuadrado en el conjunto de la naturaleza, es principio en sentido estricto, origen de acontecimientos, punto de partida de un hacerse. Con cada hombre comienza de nuevo la existencia y este comienzo se realiza constantemente dentro de su vida en cada acción, realmente libre.

7. La plenitud del acto libre –siempre mediante la ejecución de lo recto- se presenta en distintos campos de existencia. En cada uno de ellos se advierte sin embargo el grave problema de la ambigüedad (la tendencia al puro capricho, el placer de la veleidad que se subleva contra toda norma; la libertad negándose a sí misma).

a) La libertad en el amor: el amor opera en nosotros una liberación peculiar, toda vez que la vida diaria determina la vida afectiva y el funcionamiento de la estructura social la amarra y reprime. (El sentimiento no es nada ventajoso para la economía de la vida individual y social ya que consume muchísima energía. La estructura social consiste en buena medida en el amortiguamiento y regulación del afecto: con esto se oprime o se aniquila toda vivencia original y se lega a un estado de sujeción o hipocresía). Quien experimento un fuerte amor salta esa valla y deja que se desborde todo lo repesado adentro. Esto alienta la propia vida y le ayuda a realizarse. (Esta liberación es ambigua ya que procede del afecto como tal sin decirnos nada sobre su carácter moral, pudiendo proceder de afectos inmerecidos, otorgándoles una indebida justificación).

b) La vivencia de la naturaleza: tan pronto como el hombre se entrega a los procesos de la naturaleza real experimenta una liberación de lo inauténtico y adulterado, (La historia conoce este impulso a renovarse por la vivencia de la naturaleza que se ha desarrollado especialmente al fin de culturas muy logradas-v.g: Rousseau, el Romanticismo). Esta liberación no está tampoco exenta de la ambigüedad que deviene del hecho de que la relación del hombre con la naturaleza es profundamente equívoca. De aquí que la entrega a ella en vez de purificación y orden puede causar lo contrario: violencia, disolución, embriaguez.

c) La relación con las cosas: yo me siento libre cuando hago bien lo que debe hacer. El ejemplo más sencillo es el empleo de un instrumento. En la medida en que lo comprendo y uso rectamente entra a formar parte de la trama de mis designios. Con su uso puedo expresar mi libertad. Sin embargo, todas las cosas tienen sus estructuraciones, sus leyes esenciales. Tan pronto como el hombre se encuentra falsamente con ellas, choca, cae prisionero.

d) La relación con el propio cuerpo: algo parecido a lo dicho respecto de las cosas puede decirse respecto del propio cuerpo. Puede constituir un impedimento si es inhábil, enfermo. De otro modo el espíritu podrá realizarse libremente, logrará la feliz experiencia de la libertad.

8. En todo esto se trata de la libertad, que surge cuando la vida marcha en la verdad del ser.
Pero esa libertad presupone una disposición determinada: la voluntad de ver la verdad; la obediencia a ella y el valor de arriesgarse a ella.
El hombre puede violentarla, creyendo conseguir así una mayor libertad: la del poderío (el halago del poder alejado del imperativo de la cosa).
Pero tal libertad es sólo aparente. Su mentira constituye la futilidad de la falsa cultura, la peligrosidad de la falsa ascesis y la esterilidad de la tiranía.
El verdadero dominio tiene sus raíces en la obediencia al ser de las cosas. Señor, realmente es aquel que se entrega.

9. La libertad en las relaciones personales: en las relaciones con los otros hombres se despliega un nuevo modo de la libertad: la persona, que contiene una doble forma.
La primera es la de la comunidad, que experimento cuando me introduzco con el otro, en la forma exacta, asignada a él y a mí.
El hombre está ordenado, hecho para el encuentro y se realiza frente al otro. Encuentro que, más que yuxtaposición significa “ser herido por el rayo del ser del otro” y que se consuma en una mutua determinación.
En este sentido, la forma más intensa de la libertad personal es el amor. Mientras el sujeto se tiene a sí mismo y sólo a él se pertenece, aún no es propiamente él mismo. Pero cuando sale de sí y tiene en más al otro que a sí mismo, recibe de su mano el verdadero yo.
La segunda es la de la soledad. También esta forma es esencial. La soledad significa la posibilidad de volverme a mí, de mantenerme firme a mí mismo, de probarme y responderme: en la soledad se abre el propio centro vital, lleno de misterio. El hombre experimenta su propia singularidad, la imposibilidad de ser suplantado por otro. Se libera de la posible alienación de perder su centro, de volverse simple elemento de la comunidad.
Pero la auténtica soledad sólo puede realizarse ante Dios. De otro modo se convertiría en autonomía o total enajenamiento ante sí mismo, provocando una nueva ruina.
Una y otra forma (comunidad, soledad) expresan las dimensiones radicales de la libertad del hombre.

10. La libertad moral. La moral es el núcleo de lo que se debe hacer, de lo bueno. La acción moral, en sentido propio, no puede ser realizada más que en la forma de libertad.
El bien no debe hacerse porque sea útil, o porque no hacerlo sea desagradable o dañoso. El deber es una ligadura que proviene de la validez absoluta de lo bueno (dato primero que por ningún otro contenido puede ser determinado, que se atestigua por sí mismo y que por sí mismo es comprendido.
En última instancia lo bueno está fundado en Dios. Es una propiedad de Dios: más exactamente, un aspecto de su ser: Dios es el bueno, el que se afirma y ama, el bien.
Hacer pues el bien significa hacer lo que torna al ser fecundo. El bien es lo que conserva la vida y la lleva a su plenitud. Pero esto sólo cuando el bien es hecho por el mismo, más allá de cualquier consideración de utilidad. Al cumplir algo así se desmorona el carácter de opresión que encarna todo lo impuesto.

11. La libertad en lo religioso. Hay, finalmente, otra experiencia de libertad que se realiza en lo religioso.
La experiencia de lo religiosos es la experiencia de lo santo, de lo numinoso, en la palabra que acunara Rudolf Otto en su obra ya clásica. Es un proceso “donador” en el que el sujeto de la experiencia siento lo iluminado, lo poderoso, lo sublime, lo grande, lo íntimo…Tiene en sí sentido pleno y es asimismo dadora de sentido para el hombre, tan pronto como éste toma parte en ella. La participación es la “salvación””. Salvación significa liberación de la inautenticidad de la existencia, de su fugacidad, de su pequeñez, de su sufrimiento y de su culpa.
El contacto con el Dios vivo da a la existencia un firme y efectivo punto de apoyo para lanzarse más allá de sí misma:  los obstáculos de la vida íntima de cada uno ceden, las cosas aparecen su su verdadero ser y valor.
Lo que la libertad en último término significa: pertenecerse a sí mismo sobre el dominio de la propia acción, sólo es verdaderamente realizado delante de Dios. Porque el hombre es finito, y ser finito significa ser delante de Dios.

12. Lleno de sorprendentes hallazgos y una profunda comprensión de las situaciones más diversas, este trabajo de Guardini sobre la libertad constituye una de las expresiones más hermosas de su extraordinario talento.