Angustia-Alegría
H. N.
El abismo que existe en lo
finito y lo infinito es vivido a nivel existencial de dos maneras distintas: la
angustia y la alegría.
Una y otra forman
indudablemente parte de la existencia humana, conformando una estructura
bipolar que, fuertemente diferenciada, muestra el permanente desnivel entre el
proyecto de realización humana y su cumplimiento.
La angustia manifiesta la
impotencia del hombre para salirse del horizonte de la nada que por todas
partes rodea a su existencia. La alegría, acto y efecto del amor con los demás,
la promesa de trascendencia.
A veces, el existir del
hombre radica por un tiempo en una u otra. Pero el renacer de los dos es
permanente, y la existencia revela por ello su constante y recíproca tensión.
La llegada inicial de la
angustia la tengo cuando descubre la imposibilidad casi desesperada de realizar
mi encuentro total con el otro.
Cada otro es constitutivo
de mi existencia. En cada subjetividad ajena, yacen, como esperándome,
dimensiones de mi propio existir. Sin embargo, por mucho que me esfuerce, por
mucho que trate de llegar hasta el otro, cada otro conforma, junto a todos los
otros posibles una región final inabarcable.
Moriré sin conocer a muchos
otros, moriré sin haberlos encontrado o sin haber sido encontrado por ellos.
Moriré así fragmentado de irrealización.
Y aún con aquellos con los
que un diálogo efectivamente se trace: el encuentro estará sujeto a las
vicisitudes y falles de una relación perecedera.
El olvido, la traición, el
no te quiero más. La misma incomprensión que nuestro ser parcialmente escondido
permanentemente propone y que abre las dificultades más variadas en la
comunicación interpersonal.
El diálogo, y con él el
existir del hombre, se encuentran así sujetos a un permanente anonadamiento,
suspensos en el paisaje de la nada. La nada se proyecta sobre cada diálogo como
una sombra indirimible. De allí la angustia.
Por eso la angustia está
siempre referida a lo indeterminado. No es un angustiarse “por” alguien
determinado (lo que equivaldría a la ausencia). Hay en ella una indeterminación
absoluta. Un impreciso anonadarse del existir que no consigue consumar su
diálogo total (su existencia plena) por su propia estrechez. Etimológicamente
la palabra angustia refiere a lo angosto, a lo estrecho.
Contrapartida simétrica de
la angustia, la alegría es la alegría
del encuentro y del diálogo, la alegría del existir abierto y proyectivo.
Es el reconocer la
asimetría fundamental que propone la presencia del otro, que con su amor me
insta y sostiene.
El núcleo de la alegría es
de ese modo la gracia, lo gratuito, la donación que significa cada matiz, cada
momento del existir.
Penetra a cada una de mis
vivencias de una especial tonalidad, da a mis pensamientos y a mi voluntad una
nueva dirección.
Proviene del encuentro con
el otro, pero no se agota en un encuentro determinado, sino que llama a la luz
que lo trasciende.
Del mismo modo que la
angustia, la alegría tiene como componente esencial su referencia incierta: aun
cuando se despertara en un diálogo concreto, realizado, antipatía desde él esa
insondable dimensión del misterio, inherente a cada diálogo, y que es el núcleo
de la apertura, desde todo otro, al otro infinito.
En algunos desarrollos de
la filosofía del diálogo el tema de la alegría aparece desplazado por el de la
esperanza; lo que es solo parcialmente ajustado. La esperanza pareciera remitir
siempre a un futuro irrealizado. La alegría, unitivamente, conoce también del
pasado y del presente.