miércoles, 8 de mayo de 2013

Angustia-Alegría
H. N.

El abismo que existe en lo finito y lo infinito es vivido a nivel existencial de dos maneras distintas: la angustia y la alegría.

Una y otra forman indudablemente parte de la existencia humana, conformando una estructura bipolar que, fuertemente diferenciada, muestra el permanente desnivel entre el proyecto de realización humana y su cumplimiento.

La angustia manifiesta la impotencia del hombre para salirse del horizonte de la nada que por todas partes rodea a su existencia. La alegría, acto y efecto del amor con los demás, la promesa de trascendencia.

A veces, el existir del hombre radica por un tiempo en una u otra. Pero el renacer de los dos es permanente, y la existencia revela por ello su constante y recíproca tensión.

La llegada inicial de la angustia la tengo cuando descubre la imposibilidad casi desesperada de realizar mi encuentro total con el otro.

Cada otro es constitutivo de mi existencia. En cada subjetividad ajena, yacen, como esperándome, dimensiones de mi propio existir. Sin embargo, por mucho que me esfuerce, por mucho que trate de llegar hasta el otro, cada otro conforma, junto a todos los otros posibles una región final inabarcable.

Moriré sin conocer a muchos otros, moriré sin haberlos encontrado o sin haber sido encontrado por ellos. Moriré así fragmentado de irrealización.

Y aún con aquellos con los que un diálogo efectivamente se trace: el encuentro estará sujeto a las vicisitudes y falles de una relación perecedera.

El olvido, la traición, el no te quiero más. La misma incomprensión que nuestro ser parcialmente escondido permanentemente propone y que abre las dificultades más variadas en la comunicación interpersonal.

El diálogo, y con él el existir del hombre, se encuentran así sujetos a un permanente anonadamiento, suspensos en el paisaje de la nada. La nada se proyecta sobre cada diálogo como una sombra indirimible. De allí la angustia.

Por eso la angustia está siempre referida a lo indeterminado. No es un angustiarse “por” alguien determinado (lo que equivaldría a la ausencia). Hay en ella una indeterminación absoluta. Un impreciso anonadarse del existir que no consigue consumar su diálogo total (su existencia plena) por su propia estrechez. Etimológicamente la palabra angustia refiere a lo angosto, a lo estrecho.

Contrapartida simétrica de la  angustia, la alegría es la alegría del encuentro y del diálogo, la alegría del existir abierto y proyectivo.

Es el reconocer la asimetría fundamental que propone la presencia del otro, que con su amor me insta y sostiene.

El núcleo de la alegría es de ese modo la gracia, lo gratuito, la donación que significa cada matiz, cada momento del existir.

Penetra a cada una de mis vivencias de una especial tonalidad, da a mis pensamientos y a mi voluntad una nueva dirección.

Proviene del encuentro con el otro, pero no se agota en un encuentro determinado, sino que llama a la luz que lo trasciende.

Del mismo modo que la angustia, la alegría tiene como componente esencial su referencia incierta: aun cuando se despertara en un diálogo concreto, realizado, antipatía desde él esa insondable dimensión del misterio, inherente a cada diálogo, y que es el núcleo de la apertura, desde todo otro, al otro infinito.

En algunos desarrollos de la filosofía del diálogo el tema de la alegría aparece desplazado por el de la esperanza; lo que es solo parcialmente ajustado. La esperanza pareciera remitir siempre a un futuro irrealizado. La alegría, unitivamente, conoce también del pasado y del presente.