Asimetría fundamental
H. N.
Es en el encuentro con el otro en donde nace la posibilidad de conocerme y comprenderme.
No tengo, radicalmente, entrada a mi mismo, si no es junto al otro, con el otro, desde el lugar del otro.
También mi llegada a Dios, que es el Otro absoluto, se hace junto al otro relativo y finito que es mi semejante.
Solo me poseo en la medida en que me abro.
Solo soy persona por la gracia del otro: amando, siendo amado.
Mi conciencia, antes y más allá que intencional, es intersubjetiva.
Sobre estas dimensiones, y otras análogas que la filosofía del diálogo ha tratado cuidadosamente de destacar, se estructura cierta primacía del tu sobre el yo. Es un rasgo sutil, inmensamente tenue, que, sin embargo, al revelar mi debilidad y mi pobreza, convoca a mi humildad como actitud inicial, fundante del encuentro.
El diálogo comienza con la llamada, con la palabra que me reclama y que me dice, con la voz o con la cara en la que el otro se manifiesta en la inefable originalidad de su ser, distinto abismalmente a toda cosa.
Esa palabra hablante, ese rostro desnudo que me llama, desvanecen cualquier fantasía egológica, cualquier intento de reducirlo todo a mi propia subjetividad.
Están allí, adelante, como una presencia exigente, como una revelación.
De su escucha nacen, después, mi propio rostro, y mi propia palabra que son, en lo esencial, resultados del encuentro.
Esa cierta prioridad del otro expresa también la categoría de la gracia como inherente al encuentro intersubjetivo.
Lo donado, lo gratuito, lo que no se podría llegar jamás a merecer por estar por encima de los términos de todo merecimiento: esa es la gracia.
Esa es también -en eso consiste- la presencia del amor del otro: que me convoca a ser, que sustenta mi existencia.
Asimetría fundamental quiere decir, de esta manera, que el encuentro se inicia con la llamada del otro, en las dimensiones de la revelación y de la gracia: y que mi entrada a mi mismo –a mi interioridad, mi unicidad, mi autoconciencia- están estructuralmente ligadas a lo intersubjetivo, es decir, a una exterioridad radical, que en amor me constituye.