Sobre la cosificación y la justicia
H. N.
1. La cosificación importa, respecto del hombre, una radical alteración de su estatuto ontológico. Es su reducción al mundo de la cosa, a la indiferencia.
Se da en esto una paradoja que hace todavía más intolerable el episodio.
Las cosas no participan, en un sentido propio y genuino, de un diálogo (el diálogo es únicamente entre los hombres): pero las cosas pueden, sin embargo, quedar incorporadas a un diálogo.
Si entrego una flor a la mujer a la que quiero para expresarle mi amor y ella la recibe con ese mismo sentido, la flor participará en cierto modo de nuestro encuentro, recibirá algo del destello de una relación auténticamente única e irrepetible.
Será en algún sentido y para siempre ella también una flor única e irrepetible.
Este es el significado del ámbito.
El hombre puede hacer de las cosas ámbitos, es decir, incorporarlas a su diálogo. El aula de la Facultad en la que compartimos nuestras clases de Filosofía del derecho, el hogar, la calle de la casa paterna (también la flor así entregada y recibida), son cosas transformadas, modificadas por su inserción en un diálogo.
Se humanizan. Dejan de ser espacios meramente extensos y vacíos, son asumidas de alguna manera por el misterio de lo humano.
Esa impresionante modificación de lo creado, esa dialoguización de lo que meramente está, tiene su contrapartida negativa precisamente en el episodio de la cosificación. Porque no se trata aquí de llevar a una cosa a nivel de diálogo, sino, contrariamente, de reducir a nivel de cosa a un ser humano; es decir, de cosificar al único ser de la creación visible que puede ser amado por sí mismo.
Una desgarradora alteración del hombre: una subversión cualitativa que desconcierta su realidad, ofuscando su comprensión, dañando su ininteligibilidad.
2. El episodio de la cosificación tiene un largo protagonismo en la historia de los hombres. A nivel de experiencia vivida es un ingrediente cotidiano de la existencia que expresa el desnivel entre las promesas que se derivan de la condición de persona y del trato interpersonal y la imposibilidad casi desesperada de alcanzarlas en su plenitud.
A nivel de acción social y política indica la existencia de estructuras injustas y una multiplicada presencia de rostros sufrientes por la pobreza forzada, la marginalidad, la persecución o la violencia.
En lo sustancial, esa cosificación asume alguno de estos tres signos de incomprensión y negación: la utilización del otro como medio, el apartamiento del otro como obstáculo, el olvido del otro como si fuera nadie.
En cada uno de ellos se advierte la indiferencia. La persona no consigue diferenciarse de la cosa. Es como si una siniestra y desgarradora reversión de los tiempos invirtiera el sentido del acto creatural, trasladara al hombre a un pasado anterior al suyo: el de los seres y las cosas inteligibles por su género.
Queda velada la inefable novedad de su existencia, se ofusca toda su inmensa riqueza de unicidad y amor personal, se diluye su misterio al eludir su comprensión.
3. El núcleo de la cosificación pareciera estar en todos los casos, en una peculiar forma del fracaso intersubjetivo: el de la conciencia como posesión.
Esta es una forma de conocer dominada por la voluntad de poseer. Comprender es dominar total y exhaustivamente el universo material y cultural. Aplicada el hombre, la conciencia como posesión tenderá siempre a la afirmación de sí a costa del otro.
Reniega el re-conocer, rehúsa abrirse al misterio del ser que en todo otro se manifiesta.
De ese modo, la conciencia como posesión conforma el sacrificio radical de la intersubjetividad. El cosificado ya no es otro sujeto, su magnitud se desvanece, se vuelve un “mío” de mí: es mi instrumento, mi obstáculo o mi olvido.
4. Si la reducción del otro al género de cosa se manifiesta recurrentemente en la experiencia humana, es también una constante el escándalo que la cosificación provoca a nivel existencial y el arduo problema que significa para la dimensión ética del hombre.
No hay libertad humana que no sea la capacidad de sentir y responder a la llamada del otro. Y aun cuando esa llamada no se produzca en los hechos concretos y cotidianos: no hay libertad que no sea en definitiva capaz de contribuir a construirla, reconociendo lo que de absoluto y trascendente tiene.
En el momento en que el otro clama por salirse de su situación deshumanizada (o la propia situación cosificante clama por él); en el momento en que el otro trata de restablecer su dimensión negada, su radical estatuto ontológico, aparece la justicia. Se trata de recuperar con ella el genuino sentido de lo humano, restaurar la dimensión de amor que la cosa de por sí desconoce y cuyo camino la justicia señala.
5. Si el núcleo de la cosificación está en el otro como "mío", el núcleo de la justicia está en el otro como "suyo".
La voluntad de poseer queda sustituida en ella por la voluntad de acoger, de custodiar, de aceptar. Conocer no ya para poseer sino para dejar ser, para promover, para respetar.
El otro no es un "mío" de mí sino un "suyo" de sí. No para desinteresarme de él ni para distanciarme de su mundo y de sus cosas, sino precisamente para sentirme vinculado y responsable. La dimensión apelación-respuesta, que es el núcleo de la existencia del hombre, la que permite hacer a la libertad y al amor, sólo puede darse cuando el otro se me aparece como una realidad de autopropiación, inapropiable para mí, abierta, dialógica, única, ontológicamente irreductible: no ya una cosa sino un ser de excepción.
Esto es lo que ha tratado de significarse con la palabra "suyo". Y no puede menos que destacarse el hecho de que, aun restringiendo a veces el alcance de sus posibles proyecciones, la idea de dar al otro el trato de suyo (o devolverle las cosas en las que el suyo pudiera ser reconocido) ha figurado desde muy antiguo en todos los esfuerzos por definir la justicia.
6. Toda vez que la justicia responde a una situación de cosificación para modificarla, es necesario advertir su doble dimensión de llamada y de tarea.
Como llamada la justicia participa de esa dimensión apelante que la filosofía ha reconocido a los valores. Esa "voz" que enciende la centella de la conciencia, que se impone como una exigencia incondicionada y que vincula al hombre al reconocimiento de los demás.
Esa llamada viene, en lo inmediato, del otro. Es la voz de los desamparados, de los pobres, de los perseguidos; a veces expresada con palabras, otras con el silencio.
Llamada que existe y vale porque en el mundo es posible reconocer a los demás. Y porque, aún sobre la voz o el silencio del que llama, construye mi libertad, apela a mi responsabilidad, se revela con un carácter absoluto, trascendente.
Como tarea, la justicia significa, muchas veces, el denodado esfuerzo de vencer cosificaciones consolidadas por las estructuras sociales y el tiempo, amparadas por la incomprensión y defendidas por posiciones de poder.
Existen, en orden a este punto, situaciones favorables y situaciones desfavorables para la realización de la justicia. Los condicionamientos culturales, materiales, económicos, la hace especialmente compleja. Sin embargo, solamente a partir de una situación histórica es posible propiciarla y actuarla.
En este sentido la justicia es una virtud. Requiere de una perpetua y constante voluntad que la realice, la afirme y la continúe.
7. La tarea de la justicia en situaciones difíciles reclama algunas ulteriores precisiones. Como el trabajo de reconocer a los demás en el mundo se hace partiendo de una facticidad ya existente corresponde advertir que: a) la situación adversa, aunque restrinja las posibilidades del obrar libre, no impide nunca alguna forma de acción justa. Aún en la miseria y en la marginalidad la justicia es posible. Cada situación ofrece posibilidades concretas de trabajar por la justicia y puede ser vivida por el hombre sustrayéndose en cierto modo a ella y utilizándola para realizarla en sus formas específicas. b) aun así, esa situación debe ser juzgada y corregida permanentemente por el criterio de justicia. El hombre, como ser encargado, es débil y necesitado y es necesario velar sobre las situaciones que tienden a volverse especialmente agobiantes. El camino de la justicia es coparticipado y arduo: cada hombre debe trabajar por corregir paulatinamente las situaciones que dificultan el reconocimiento del "suyo" también en los demás, tratando de aliviar las tensiones que ofrece, con el significado de volverla más apta para el reconocimiento del suyo de cada uno.
8. El tema de la justicia como virtud nos lleva así a una doble proyección de su criterio y de su praxis. Por un lado existe una forma privada e intimista de reconocimiento del otro como suyo, que se expresa en una relación interpersonal, directa e inmediata; por otro, existe una forma social y política que atañe a la situación en la cual esa relación debe realizarse y que radica en la construcción de un mundo humano, en el que el diálogo interpersonal sea especialmente posible.
Estas dos dimensiones se encuentran entre sí íntimamente relacionadas. Reiteradamente, la historia de la filosofía del derecho ha revelado el esfuerzo por distinguirlas e integrarlas. En esa dirección, el tratamiento desdoblado de la justicia conmutativa y justicia distributiva (y mejor aún: la incorporación, junto a la justicia particular, de la categoría general de justicia legal, orientada al bien común), ha expresado la preocupación por atender ambos aspectos del suyo de cada uno, desde la relación y desde la facticidad.
9. De este modo y junto a la dimensión de la justicia que orienta críticamente la intersubjetividad (excluyendo radicalmente toda cosificación y promoviendo el sentido personal del encuentro), existe un diverso aspecto que pertenece fundamentalmente a su dimensión social y política, proyectado hacia la situación en la que el yo y el otro conviven: la afirmación de un mundo verdaderamente humano, en el que el diálogo pueda efectivamente desplegarse.
Reconocer a un ser humano, respetarlo como "suyo", es así distinguirlo como ser corpóreo, necesitado, proyectivo, dialógico. La justicia comprende inseparablemente todos esos aspectos.
Lo que significa que es necesario que el otro pueda comer, vestirse, trabajar, educarse, creer, expresarse con libertad...
Por eso la justicia, en su concepto amplio y dinámico, incluye junto a una forma inmediatamente interpersonal, todas las formas concretas, materiales y sociales de promoción y reconocimiento del otro, aunque sean indirectas y oblicuas.
10. En las dos proyecciones la justicia es un punto de partida desde la cosificación de la que se aleja hacia el amor al que tiende.
La justicia es un amor elemental, débil y pobre si se lo juzga con relación al amor pleno: pero indispensable y fundamental, si se la contrapone con la cosificación a la que vence y transforma.
En ese sentido, la justicia evoca aquella palabra de amor que rige el universo. De allí su importancia, tantas veces admirada y reconocida.