Leopold Sedar Senghor
La poesía africana contemporánea ha dado muestras de extraordinario valor: las angustias, las perplejidades, las alegrías y las penas que también la filosofía de la existencia recoge, se expresan aunando los significados universales de la trascendencia del hombre, con los contenidos estéticos, éticos y litúrgicos de una tradición del África que largos períodos de dominación colonial no consiguieron extinguir.
En medio de ese mundo, la sonoridad de los poemas de Leopold Sedar Senghor asume un acento conmovedor: porque vibra en ellos ese sentido de lo negro, del hecho de ser negro, de la negrura, facticidad no sólo genética sino sobre todo hondamente plena de amor, de desventuras, de esperanzas y fracasos desde la cual la canción inmensamente se proyecta.
Dos poetas argentinos (Nicolás Cócaro y Julio Alvarez) tradujeron este y otros poemas de Senghor. Impresionante personalidad africana, estadista, presidente de la República de Senegal, delicado escritor de poemas inmensamente comprometidos con el diálogo: como el que aquí se reproduce y que refiere, en términos de admiración dilectiva, los rasgos universales y permanentes de la mujer, de tantos modos y tantas veces amada.
Mujer amada
Mujer desnuda, mujer negra.
Vestida de tu color que es vida,
de tu forma que es belleza.
He crecido a tu sombra:
La dulzura de tus manos vendaba mis ojos.
Y he aquí que en el corazón
del verano y del mediodía, te descubro,
tierra prometida, desde lo alto
de una cima calcinada.
Y tu belleza me fulmina en pleno corazón,
como el relámpago de un águila.
Mujer desnuda, mujer oscura.
Fruto maduro de carne firme,
sombríos éxtasis del vino negro,
boca que hace lírica mi boca.
Llanura de horizontes puros,
llanura que se estremece bajo las
caricias fervientes del viento del este.
Tam-tam esculpido, tam-tam
tiritante que gruñes bajo los dedos del
vencedor.
Tu voz grave de contralto
es el canto espiritual de la amada.
Mujer desnuda, mujer oscura.
Oleo que no marchita ningún soplo,
óleo calmo de los flancos del atleta,
a los flancos de los príncipes de Mali.
Gacela de ataduras celestes,
las perlas son estrellas sobre la noche
de tu piel.
Delicias de los juegos del espíritu,
los reflejos del oro rojo sobre tu piel
tornasolada.
A la sombra de tu cabellera,
se ilumina mi angustia bajo los cercanos
soles de tus ojos.
Mujer desnuda, mujer negra.
Canto a tu belleza que pasa,
forma que fijo en lo eterno.
Antes que el destino celoso
te reduzca a cenizas para nutrir las raíces
de la vida.
Vestida de tu color que es vida,
de tu forma que es belleza.
He crecido a tu sombra:
La dulzura de tus manos vendaba mis ojos.
Y he aquí que en el corazón
del verano y del mediodía, te descubro,
tierra prometida, desde lo alto
de una cima calcinada.
Y tu belleza me fulmina en pleno corazón,
como el relámpago de un águila.
Mujer desnuda, mujer oscura.
Fruto maduro de carne firme,
sombríos éxtasis del vino negro,
boca que hace lírica mi boca.
Llanura de horizontes puros,
llanura que se estremece bajo las
caricias fervientes del viento del este.
Tam-tam esculpido, tam-tam
tiritante que gruñes bajo los dedos del
vencedor.
Tu voz grave de contralto
es el canto espiritual de la amada.
Mujer desnuda, mujer oscura.
Oleo que no marchita ningún soplo,
óleo calmo de los flancos del atleta,
a los flancos de los príncipes de Mali.
Gacela de ataduras celestes,
las perlas son estrellas sobre la noche
de tu piel.
Delicias de los juegos del espíritu,
los reflejos del oro rojo sobre tu piel
tornasolada.
A la sombra de tu cabellera,
se ilumina mi angustia bajo los cercanos
soles de tus ojos.
Mujer desnuda, mujer negra.
Canto a tu belleza que pasa,
forma que fijo en lo eterno.
Antes que el destino celoso
te reduzca a cenizas para nutrir las raíces
de la vida.
El poema transcripto pertenece al libro De Chants d´Ombre (1945) y fue incluido en la antología Poemas de la Negritud, publicada por Emecé Editores, en Buenos Aires, 1980.